Santiago, Agosto 5 de 1552
Inés Suárez:
Alma mía, parto hoy nuevamente a conquistar los territorios y proteger nuestras ciudades ya instaladas. No nos darán problemas, ya que el territorio está sometido, pero el territorio que he perdido es el de tu corazón, Inés, ya no puedo poseerte y desembarcar en las costas de tu piel.
Paso días de pena desde que me traicioné a mí mismo por el bien de la ciudad. Te sigo amando aunque le debas ya lealtad a otro hombre y, a pesar de mí sufrimiento, celebro que haya sido Rodrigo el elegido.
La charla del otro día sólo me dejó dolor y deseo: deseo por volver a besar tus labios y respirar tu mismo aire, deseo por volver atrás el tiempo y no haberme casado con Marina así podríamos haber sido eternamente felices. Pero aquella apresurada decisión me marcó. ¡Si pudiese volver el tiempo atrás!, casarme contigo y volver a esas noches de pasión y total entrega. Aparte, te extraño, alma mía, extraño tu calor, tus labios, tus manos, todo de ti. Seré tuyo siempre de alma, cuerpo y corazón, nunca habrá una mujer en mi vida como tú. Las demás son obsoletas, nadie puede reemplazarte, Inés. Separarnos hace desfallecer mi corazón y romper mi alma en mil pedazos, pero no me arrepiento de haber vivido este amor ¿Quién puede juzgarnos?, sólo Dios puede juzgarme, y paso noches de incertidumbre pensando en quién soy ahora para ti. Sólo te pido un signo que me indique que de alguna manera, sigo existiendo en tu vida. No me dejes así...
Ahora es hora de partir, tal vez para siempre de tu vida, aunque sé que incondicionalmente una parte tuya me acompañará en lo que queda de esta ardua conquista... Debo partir nuevamente, Inés, sé feliz, como creo que ya eres, aunque me cueste aceptar verte en manos de otro hombre y no ser yo el que te hace feliz de esa manera...
Te amo y por ello debo dejarte partir...
Adiós, Inés del alma mía,
Siempre tuyo...
Pedro de Valdivia
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